Cuando Coronado regresó ya enfermo, pues había sufrido una caída del caballo, en búsqueda infructuosa de las ciudades de oro, Cibola y Quivira, dejó en Ocoroni a su jovencita mujer, que llamaban Tui-tsi Ocoroni “La mas bonita de Ocoroni”, que llegó a ser cacique de su propio pueblo, y a dominar la lengua castellana de su amante europeo. Cuando el Capitán Ybarra llegó a Ocoroni, fue bien recibido, y la convenció de que lo acompañara en su aventura. Y esta fue la primera y única doncella de las muchas que se le vinieron a ofrecer que se quedó con el Capitán sirviéndole como intérprete en sus conquistas y como mujer en la intimidad de su vida. Continuó muchos días como su lengua consejera y por las noches encendía la llama apasionada bajo la enramada que se convirtió en refugio y descanso del audaz aventurero.
Después de recorrer un terreno de diez leguas áridas y ondulantes encontráronse con un majestuoso caudal lleno de peces y aves en su litoral, el río Suaquim, situado a 25 grados de latitud norte, pródigo de árboles frutales y plantas silvestres tan exuberantes que el valeroso Capitán Ybarra decidió en el lugar fundar La Villa del Espíritu Santo de Carapoa.
En las riveras del hermoso río Suaquim, nadie estaba exento de peligros: al levante, vivían los Chínipas, los Huites y los Zoes; al poniente rumbo al desemboque en el mar de Topolobampo, los Guasaves y los Ahomes; al sur los Tehuecos; y al norte los Pimas, Mayos y Yaquis. A medio camino del río la indómita nación Suaquim tenía fundado Motchi-Caui, la aldea mas poblada de la región y dos vecinos igualmente rebeldes y valientes: Charai, y Tsi-ui-ni: “La gente mas bárbara del orbe” según la opinión de los conquistadores y misioneros extranjeros.
Pasados dos años de extenuante trabajo el Capitán Ybarra dejó esta Villa con cuarenta soldados repartiéndoles “Encomiendas” de indios, tierras y aguajes, haciendo los oficios Fray Juan de Herrera, apresurado de continuar hacia el norte, llevando a Tui-tsi Ocoroni como intérprete, en busca de dos ciudades de oro: Cíbola y Quivira.
-“Señores -les dijo solemnemente el Capitán Ybarra- todas estas gentes bárbaras son enemigos diabólicos del nombre de Cristo, el cual sacará, con mucha honra, a la escuadra española en este empeño. Toca a vosotros abrir camino futuro a los que vendrán a nacer en esta nueva tierra, que en nombre de su Majestad Felipe Segundo, Rey de España, la nombro: La Villa de del Espíritu Santo de Carapoa; y por Justicia Mayor a mi amigo Antonio Sotelo de Betanzos, hombre experto, cursado y diligente en cosas de la guerra, para que os gobierne y administre. Después de recorrerla y reconocerla la defenderéis a costa de vuestra propia vida, nombrándola en sus escritos y conversaciones como propiedad del reino de España, desde ahora y para siempre” -terminó su discurso el Capitán entregándole a la nueva autoridad un pergamino y una espada.
En término de veinte días, el lugarteniente, Don Antonio Sotelo, utilizando sus ocho esclavos negros, construyó las tapias de adobe para defensa y seguridad de sus vidas, e inició la construcción de una iglesia de adobes, teniendo como su abogado defensor a San Juan Bautista, porque llegaron el 24 de junio de 1565, por ventura del Señor.
Partió el contingente el primero de mayo de 1567 rumbo a Sahuaripa, “Pueblo de Los Corazones”, a donde llegaron después de cruzar, tras una penosa caminata por el calor infernal de la jornada, el caudaloso río de los Mayos, que el Capitán llamó “Río de La Santísima Trinidad”. Los soldados renegaban de la aventura desde su partida porque solo encontraban unos cuantos caseríos de lodo y ocotillo y ningún palacio de oro como esperaban.
-¿Dónde está el oro? ¿Dónde la plata? –preguntaban los conquistadores. ¿Dónde están Cíbola y Quivira?
-“¡Ca-ita!”, “¡Ca-ita!”, “¡No haya nada!”, “¡Ca-ita!” “¡No sé nada!” –contestaban los indígenas asustados, que encontraban en el largo camino.
-Es lo único que saben decir “No hay nada”, “Ca-ita”, y así se llamará a esta raza y lengua de ignorantes: “Ca-ita”