No podemos tapar el cielo con la mano: la vulgaridad es el denominador común, el hilo conductor, de cada una de las piezas teatrales que aparecen en este volumen. Por lo tanto, la promesa que queda consignada en el título se cumple cabalmente, a medida que se avanza en su lectura. No obstante, es indispensable destacar que no existe razón alguna para arrojar el libro al fuego sin antes haber examinado los textos –y lo que plantean implícitamente con respecto a la condición humana. Se debe, pues, evitar a toda costa ser emisario de la censura desmedida, así como ignorar los propósitos detrás de este tipo de literatura dramática que constituye a todas luces un atrevido acto de provocación.
Los personajes de Las Sombras Desenchufan (LSD) debaten a su manera sobre uno de los temas más delicados de todos los tiempos: el derecho a la vida.
Por otro lado, las actitudes autodestructivas que exhiben los personajes de Cráneo Azul in the Yellow House nos recuerdan el declive moral de nuestro entorno, y todos los males que se derivan del mismo.
En Clue (una obra de teatro) imperan las fórmulas del «teatro interactivo de misterio» estadounidense, popularizado por Peter De Pietro durante la década de los noventa. El tradicional juego de mesa CLUE –desarrollado a mediados del siglo XX– viene a ser el pretexto que lleva a Freddy Acevedo a parodiar las versiones existentes y a ofrecernos una variante procaz del enredo en el que un espectador elige al azar el asesino, el arma y el lugar de los hechos, lo cual permite que surjan 216 posibles finales.
La última pieza, El «sex tape» de Milo y Olivia, es un coctel soez de críticas a una sociedad prejuiciada que menosprecia las ciencias puras y las artes, y nos atosiga con propaganda religiosa que fomenta el sinsentido. Todos los personajes asumen –con un absurdo e hiperbólico estoicismo– el rol de pornógrafos dentro del ámbito onírico de un joven matemático con disfunción eréctil.
Si nos dejamos llevar por la superficialidad de los temas –y obviamos la metáfora del país que destila el pintoresco conglomerado de personajes que dan vida a estas obras– nos sentiremos incómodos al toparnos con tanta insolencia plagada, para colmo, de vulgaridad. Estaríamos negando descaradamente la existencia de estos personajes dentro del marco de nuestra cotidianidad; y procederíamos entonces a ser parte de la masa de prejuiciados que quieren cambiar el mundo, pero que han llegado miles de años tarde para ello y carecen de proyecto.
Si, por el contrario, nos acomodamos en nuestra más recóndita butaca mental, libres de los tabúes y de las crianzas atiborradas de complejos, es muy probable que, gracias a la lectura –o al disfrute de la representación– de estas piezas, podamos descubrir una que otra valiosa lección que el follaje de la vulgaridad se encarga de ocultarle a aquellos que, por fijarse en los árboles, no logran divisar el bosque.