¿Martí vs. Darío?
Es lícito que cada nación realce a los personajes que le dan brillo, gloria y dignidad, y consecuentemente, que se sienta orgullosa de esos valores intelectuales. Pero no es lícito que sea en detrimento de personajes de otra nacionalidad. No entiendo cuál es el objetivo del distinguido escritor cubano, don Luis Gómez y Amador, al comparar las cualidades y calidades literarias de dos grandes poetas: José Martí, hijo de españoles y nacido en la Capitanía General de Cuba, (“La perla de las antillas”, último bastión de las Capitanías Generales del imperio español en América), mártir de la lucha fallida por la independencia de la posesión española, y el nicaragüense Rubén Darío, en su artículo publicado de manera reincidente y casi provocadora en El Nuevo Herald (lunes 23 de enero de 2001, p. 18 y el miércoles 24 de septiembre de 2003, p. 23-A), intitulado La admiración y devoción de Darío por Martí. Es necesario aclarar que todo poeta, especialmente de alta aristocracia intelectual, como Rubén Darío, es devoto de la poesía misma y de la amistad de quienes la producen, cuando aquella posee especiales calidades. Realmente Darío y Martí nunca intercambiaron cartas, ni una sola, como testimonio de esa amistad. Con otros poetas cubanos existe evidencia de correspondencia de amigos. Darío tuvo admiración por Martí, por sus ideas políticas, y admiración por toda la literatura que contenía un mensaje trascendente y expuesto con excelente calidad, la que encontró en muchas fuentes, no solamente en el mártir cubano.
Con el respeto que se merece don Luis Gómez y Amador, debo expresar que la calidad literaria de José Martí (1853-1895) no se la debe a Rubén Darío, y mucho menos por el simple hecho de que, cuando se encontraron ambos en Nueva York en 1893, el poeta nicaragüense, de 26 años de edad, lo llamara Maestro. Esta expresión de Darío es muestra de humildad, respeto y reconocimiento a la calidad y trascendencia de la obra de Martí, además de ser una manera cariñosa del nicaragüense dirigirse a una persona de mayor edad. Martí no necesitó de la admiración ni de la devoción de Darío, ni Darío de Martí. Debo mencionar que si hablamos de devoción se debió a que Darío reconocía la calidad literaria de Martí, especialmente en sus escritos políticos, tanto, que le reclamó simbólicamente cuando este cometió el error de inmolarse por una causa revolucionaria, acción que no debió realizar porque su aporte como intelectual hubiese sido mucho mayor que su propia muerte. El arma de Martí era la pluma; las balas, sus palabras y sus ideas; el fuego demoledor, su pensamiento. Y la prueba está a la vista si me remito a la realidad: las generaciones siguientes no pudieron construir y fortalecer a la República de Cuba como la nación libre y democrática con que soñó Martí, sueño
que lo llevó a la muerte, porque Martí no era un militar como lo fue Simón Bolívar, que cruzó los Andes muchas veces y no murió en batalla sino en la cama.