PROLOGO.
Era una noche fría a principios de Octubre. Una joven se encontraba caminando sola en la carretera. Su nombre era Heidi, de tez blanca, alta, de cabellos oscuros y ojos color castaños que enmarcaban su belleza, de unos veinte años de edad, era delgada pese a que cargaba un gran vientre de embarazo.
Caminaba muy lento con una especie de líquido resbalándole por las piernas, pedía ayuda desesperadamente; con fuertes contracciones que llegaban cada pocos minutos.
Pasaban vehículos uno tras otro, sin haber un alma bondadosa que se detuviera a ayudarle.
Al cabo de unos minutos a su lado se detuvo un hombre en una camioneta; era de cabello rubio, y sus ojos color avellana grandes que expresaban una gran preocupación. Muy rápido bajo del carro y la sujeto por el brazo.
-Ayúdeme- dijo la muchacha, con mucho esfuerzo-. Por favor...
Se le soltó un gemido de dolor que de no ser por las manos que la sujetaban hubiera caído de bruces al suelo.
-Señorita...- dijo él, preocupado-. La ayudare a subir al auto. Hay que llegar a un hospital rápido... veo que falta poco tiempo.
Tal cual, la ayudo a subir y arranco el vehículo. Iba a toda velocidad volteando la cabeza con frecuencia para ver a la muchacha. En un momento algo que llevaba colgando de su cuello le ilumino el rostro. Era un medallón de doble cadena Redondo con la mitad de arriba de un color plateado con la orilla de oro, al centro un rubí en forma circular. Al mirarlo con atención se podía apreciar lo que en realidad representaba, eran dos medias lunas entrelazadas, y un sol en el centro.
Sosteniéndose el vientre la joven soltaba unos gritos de dolor que rasgaban el aire.
-Y...- pregunto el muchacho, para distraerla-. ¿Cómo te llamas?
Ella se volteo para mirarlo.
-Heidi- contesto.
-Yo... yo me llamo Frederick. Es un gusto.
-Si... para mi igual- contesto, ella soltando un grito de dolor.
-Aguanta ¿si? Ya falta poco.
Llegaron casi corriendo a la recepción del hospital, una enfermera de mediana edad se encargo de atenderles.
-Buenas noches- dijo la enfermera.
-Buenas noches, señorita -respondió el muchacho, algo nervioso-. Como podrá ver necesitamos ayuda con mucha urgencia.
-Ya veo, pero antes necesito que llene este formulario- dijo la señora, mirándolo con desgana, y entregándole un sin fin de papeles.
-Señorita discúlpeme pero me parece que no ha notado la gravedad del asunto. Esta joven que ve aquí necesita un medico de inmediato- dijo señalando a la muchacha que se encontraba en una gran agonía-. Yo luego le llenare todos los papeles que quiera.
-Está bien, está bien.- dijo la enfermera, asintiendo-. Marie-dijo-. Trae una silla de ruedas y llama al Doctor Louis de inmediato.
La muchacha asintió y fue a buscar lo que le pedían.
Mientras esperaban, el joven miraba a la desconocida que se retorcía del dolor, sin poder apartar la vista de ese extraño medallón que llevaba en el cuello.
La enfermera no tardo mucho con la silla de ruedas. Sentaron a Heidi en ella y la empujaron hasta la sala de partos.
El joven vacilo antes de entrar, pero al ver el sufrimiento de la muchacha ingreso en la sala y le tomo la mano. Ahí se encontraba el Doctor listo para hacer su deber.
-Estarás bien... ya lo veras.-dijo algo aturdido.
-No me dejes sola... por favor... no tengo a nadie más.- dijo ella, con mucho esfuerzo.
La enfermera lo detuvo colocando una de sus manos regordetas en el pecho del joven.
-¿Es usted el padre?-dijo-. Porque si no lo es tendrá que esperar afuera.
La miro, muy serio.
-Yo soy el padre- dijo, sorprendiéndose de lo fácil que salió su mentira.
La enfermara lo miraba con cautela.
-Está bien... Pase.
Al entrar por la puerta vio como colocaban a la joven en la silla de parto, y a su vez colocaban sus piernas una en cada lado. El un poco desconcertado, se coloco en la parte de atrás cogiendo la mano de la muchacha que lo apretaba con fuerza.
Después de varias horas de esfuerzo, se escucho el llanto desesperado, que provenía de una pequeña niña recién nacida de cabellos rubios y unos grandes e hipnotizantes ojos color Dorado.
-¡Es una niña!- dijo una de las enfermeras.
Heidi dibujo una gran sonrisa en su boca y miro a través de sus cabellos empapados en sudor al muchacho que le apretaba la mano fuertemente con una gran alegría en su rostro.
-Es... una... niña...- repitió, entrecortadamente.
-Es hermosa...-dijo el mirando a la pequeña.
La enfermera tomo a la chiquilla en brazos y se la llevo a otra sala para limpiarla.
De repente Heidi se dejo caer a la Camilla muy débil.
-¿Qué...?- el muy impresionado, no fue capaz de terminar la frase.
El Doctor puso un gesto alarmante...
-Se nos va- dijo, con urgencia-. ¡Enfermera!
La maquina que anunciaba la respiración y el ritmo cardiaco de Heidi comenzaba a acelerarse.
-Señor necesitamos que salga-dijo la enfermera, sacando al muchacho de la sala.
-¿Qué?... ¿Cómo que se nos va? ¿De qué habla?-Dijo con un tono alarmante. ¿Pero que... que es lo que pasa? La niña nació ya ¿no? ¿Por qué reacciona así...?- dijo casi sin poder producir sonidos de su boca.
-Señor salga, por favor.
En ese momento la muchacha con gran esfuerzo tomo el medallón de sobre su pecho y lo separo en dos partes; tomo la mano del muchacho y este al deslizarla para salir de la sala noto lo que ella le había entregado. Un pequeño medallón dorado en forma de media luna. Se volteo para preguntar a la joven el porqué del presente, pero ella reposaba inconiente sobre la Camilla. Así que salió de la sala casi a empujones.
Adentro el doctor se esforzaba por hacer reaccionar el corazón de Heidi. En un instante se quedo observando a la muchacha, muy serio.
-¿Qué pasa?- pregunto la enfermera.
-Marie prepare todo. Vamos a tener que practicarle una cesárea de inmediato.
La enfermera sorprendida comprendió lo que estaba sucediendo, la joven ahí acostada estaba embarazada de gemelos y su parto se había complicado.
La muchacha se apuro a preparar todo para la cirugía.
Al cabo de unas horas lograron sacar a una pequeña niña, pero esta de cabello oscuro y ojos color Dorado. Igual a la anterior. La enfermera se apresuro a llevarla en brazos a otra sala para limpiarla.
A pesar de toda la labor del doctor no había acabado ahí. La joven madre todavía seguía luchando por su vida. Parecía que solo había pasado un segundo cuando su corazón se detuvo de golpe. El doctor corrió a aplicarle RCP, pero no había nada que pudiera hacer para traer a la joven de vuelta. Al acabar, observo a la muchacha con una gran decepción de sí mismo en los ojos.
No había podido salvarla.
Camino hacia la sala donde habían llevado a las pequeñas y las miro con gran tristeza. Eran gemelas idénticas. El doctor no pudo evitar fijarse en los raros ojos Dorados que tenían las niñas, nunca había visto algo así.
La enfermera entro y caminaron juntos hasta la sala donde se encontraba el cuerpo de la madre.
No pudo evitar notar algo diferente en ella, era como si faltara algo, trato de recordar; y en efecto así era el medallón que relucía sobre su delicado cuello ya no estaba.
-Enfermera... alguien ha entrado a la sala. Corra y avise a seguridad- dijo él con un tono de alarma.
Pero cuando volteo, vio que ella estaba a su lado y frente a ella un hombre, vestido de negro la miraba a los ojos fijamente.
-¿Quién es usted?- exigió saber el doctor- ¿Que hace aquí?
El hombre no se inmuto. Volvió la cabeza para mirarlo a él a los ojos. Entonces sintió como desgarraban su mente, quiso gritar... correr... algo. Pero no pudo.
Cuando abrió los ojos de nuevo, vio como la enfermera tapaba el cuerpo de la joven con una manta. El desconcertado y sin saber que decir, se acerco a ella.
-¿Qué?... ¿qué ha pasado?- preguntó.
-Que la perdimos- dijo la enfermera, con suavidad-. Hay que avisar a su familia.
-Pero... el hombre...- no pudo terminar la frase, al ver como la chica lo miraba con preocupación en el rostro.
-¿Que hombre?- pregunto-¿Se siente usted bien?
-Si- dijo el en voz baja.
-Hay que preparar a la niña para entregarsela a su padre.