LA NARRATIVA DEL OCIO

Mientras caminaba con pasos ligeros y ganas de llegar a ningún lugar, analizaba abrumado y casi nostálgico el por qué de tantas ignominias sociales. Estaba atónito. No llegaba a entender los actos irracionales del hombre y la mujer. ¿Qué llevaba a una persona a tomar decisiones completamente desacertadas, fuera de toda razón o lógica elemental de los hechos aún no consumados? ¿En qué momento el individuo deja de discernir entre el bien y el mal? ¿Cuándo se resbala del cielo al infierno? Estas preguntas sin respuestas, y otras más, lo mantenían caminando sin parar durante algunas horas. En su desorientado desandar, sus pasos lo llevan a la puerta de su gran amiga y desde siempre “colega”, Ada Mueller, quien lo recibe con un afectuoso y cálido saludo; lo invita a entrar y le ofrece un café con leche, vainilla y canela, a lo que él accede gustoso, ya que ésta es una de las bebidas que más disfruta y que la Sra. Mueller prepara con esmero para él. Simón se acomoda plácido en el sofá de la terraza, mientras el olor a vainilla y canela impregnan el lugar con su exquisito aroma. Entretanto, Doña Ada, en un rítmico adagio de vaivén en su mecedora de caoba centenaria bellamente adornada con cojines bordados y tejidos entramados delicadamente, le pregunta con dulzura: «te noto algo contrariado Simón, ¿te sucede algo?» «No», un no cortante y frío que provocó un silencio momentáneo. —Tú sabías, Ada, que la expectativa de vida del hombre aumentó. —Mira que bien. ¿Y tú hasta los cuántos piensas vivir? —Ada, tú bien sabes que sólo Dios es el que da y quita, uno sólo está de paso por esta tierra. Lo que nos hace sentir complacidos a pesar de los años vividos es como nos tratemos a nosotros mismos... es la forma en que nos comportamos con los demás... la forma en cómo nos damos a los familiares y amigos. Lo importante es la paz que podamos sentir después del quehacer diario. —Simón, yo te oigo hablando así y me parece que ese no eres tú. ¡El que te oye hablando y no te conoce, te compra! Tú eres un hombre que no visitas a nadie, no le haces una llamada telefónica a un familiar, no visitas un cementerio y mucho menos a un amigo en la cárcel. Yo no sé que tú estás hablando porque tú no conoces... o mejor dicho nunca te he visto practicar esas cualidades que tan bellamente se oyen en tu boca. —Déjame creer por un momento que yo soy así. Déjame sentirme filósofo por un rato. Total… que eso no le hace daño a nadie. Ada, sin dejar de balancearse en su mecedora ni un segundo, irradiando una paz que sólo los años y el bienhacer proporcionan, retrae a Simón al momento de su llegada. —Cuando entraste te noté algo excitado, parecía que habías tenido una discusión de moral con el señor de las tinieblas y no lograste convencerlo, me puedes decir ahora ¿qué te sucede? —Realmente no es nada. Sólo que estas noticias de muertes y asaltos me abruman. ¿Tú llegaste a conocer a la joven que se mudo hace un tiempo en la casa rosada, la que está en la parte de atrás del colmado en la esquina?