La guerra me arrebató de mi raíz. Con la bandera puesta a media asta, la nación decretó la entonación de un canto de luto durante un plazo indeterminado. El vago se debía parar a la retirada de las fuerzas ajenas de mi suelo nacional. Era incierto cuando viniera ese tiempo, ¡pues la armada era tan poderosa! Vencerla era una empresa utópica.
Los espermatozoides de ese presidente popular de los Estados Unidos tenían también alguna responsabilidad en mi fracaso. Pues el sueño americano aún estaba vivo cuando el famoso presidente del pueblo americano estaba alternando las mujeres a razón de una al día dentro del Cuarto Blanco. El guapísimo presidente pugnó con todas las fuerzas de sus espermatozoides y se salvó de la destitución políticamente motivada por el fiscal Estrella.
Pues ante el alboroto de una nación entera en relación al escándalo sexual dentro del Cuarto Blanco involucrando la cabeza de la presidencia, el presidente hizo un rumbo inesperado y adelantó el proyecto maquiavélico de las sietes jóvenes bonitas, evitando así la zozobra del poder demócrata. Y eso ocurrió a pesar del pronóstico del campo adversario que afirmó que se acabara el mandato del presidente. Esa afirmación anticipada era semejante a las predicciones del loro nipón que garantizó la victoria del conjunto femenino del fútbol japonés sobre las chicas americanas en el último campeonato mundial de fútbol de julio de 2015.
Todas las siete chicas estuvieron listas para entregarle al acusador Estrella del presidente las siete bragas. Esas ropas interiores contenían el líquido vetusto de siete años atrás en el cual aún nadaban de espalda las siete ranitas del líder universal.
“Sí, reconocí haber probado de cada una de estas siete chicas bonitas, una al día. Pues yo estaba siempre lejos de mi esposa Alegre por siete meses. Pero me odio a mí mismo, señor el juez, de no haber verificado que los siete vasos de leche que yo le había proporcionado a cada una de esas siete chicas agraciadas habían sido tragados en pleno. Siendo más inteligentes que yo, sólo en este aspecto por supuesto, las siete monas muchachas encadenaron a mis siete gigantes espermatozoides con el único fin de disminuir mi libido al intentar bajar su taza de producción de siete por ciento. Pero, honorable juez, le garantizo con firmeza ante la Corte Grande de mi país que sobreviviré. Sobreviviré por siete años más como embajador de las naciones divididas. Sobreviviré para ser testigo de que mi esposa Alegre probará fortuna hasta siete veces para ser presidente de esta gran nación,” testificó el presidente ante el juez Bienestar.
Al final de ese vibrante discurso del presidente ante la Corte Grande de los Estados Unidos, se desmayó el procurador fiscal de la nación.
“¿Qué pasó?” preguntó el abogado Estrella después de siete segundos de desvanecimiento. “¿El hombre es libre de todos esos siete pecados?” preguntó el procurador al jurado.
“Sí, él es libre, aún más libre que el viento,” contestó una mujer miembro del jurado.
“¡Hombre! ¿Estás loco o qué? ¡El presidente es más guapo que tú! Mira, él tiene casi siete pies de altura, y tú, cinco y algo más. Mira su carita, larga de siete centímetros y brillante como siete estrellas. ¡Este hombre es una perfección, señor Estrella! No es de costumbre para nuestra corte condenar a tal belleza, ¿no lo sabes, amigo?” le dijo otra mujer del jurado.
Y el procurador Estrella, al escuchar esos nuevos comentarios desconcertantes de parte de las mujeres del jurado, se desmayó de nuevo. Al desmayarse, pude oír de su boca siete palabras: “¡Qué maldito sueño americano estoy viviendo ahí!”
“Papeles,” les preguntó un agente del departamento de la seguridad nacional a los tres mexicanos.
“Señor oficial, por favor, tenemos a nuestras familias aquí”.
“Tengo mandatos de detener a todos los indocumentados que crucen mis pasos,” les dijo el oficial cuya cara anunciaba unas nubes salvajes en el cielo de California ese día.
“No, oficial policía, no somos criminales. Estamos aquí para trabajar duro con el fin de mantener a nuestras familias aquí, pagar nuestros taxes y…
“¡Ya basta!” le dijo el agente. “Estoy haciendo mi trabajo. En un abrir y cerrar de ojos, los tres hombres mexicanos fueron esposados por tres agentes de la policía y recluidos en una camioneta negra. A través de las rejas que decoraban la parte trasera de la camioneta, se podía observar la cara triste y suplicante de cada uno de los tres hombres como si les pidieran una brizna de compasión a los tres oficiales que les llevaban de Sacramento a un destino incierto. Ahí se murió su sueño.
Mientras tanto, las tres chicas recibieron un tratamiento diferente de manos de los policías.
“¿Vos lleváis algunas tangas bombas dentro de esa maleta?” le preguntó el oficial de la FBI.
“No, señor oficial,” respondieron todas las tres adolescentes en unísono bajo una lluvia de risas. ¡Nosotros tenemos mucho miedo de bombas! Nuestras tangas están libres de explosivos. “Pues tenemos unas braguitas tangas pero cosas normales, sin peligro,” dijo la menor de edad del grupo.
En muchos parques, la tez de los trajes de los niños que jugaban juntos no importaba por nada del mundo. En las mochilas de los niños, se emparejaba los libros y unos artículos dudosos y peligrosos. Esa nueva clase de guerra disimulada dentro de las páginas de un material educativo era demasiado astuta para no sorprender a unos padres decentes que también marchaban en contra de esa carrera maquiavélica al dinero.
La sorprendida máquina de guerra utilizada por un niño alertó la policía.
“¡No eres un francotirador!” cantaron unos mientras otros estaban castigando una pelota sobre la hierba verde. De los casi cincuenta niños disparados por ese pequeño, sólo uno lloraba porque, ¿qué? “El agua me moja la camiseta que más me gusta,” se quejó el niño de unos seis años.
Refunfuñó el muchacho pero obedeció a la orden del oficial policíaco. El soldado paró su disparo y el niño de diez años se salvó de las estadísticas negras del sistema.