–¡Plutón me lleve! No había tanta maleza en el valle y de pronto parece haber surgido todo un matorral de la nada. ¡Que ven mis ojos! ¿Acaso los arbustos ya caminan en estas tierras? ¡Denme un pilum y detengamos a ese joven avellano que viene culebreando alegremente hacia nosotros!
Asprenas fue complacido al instante y mientras el arbusto se decidía a cambiar de posición ante los atónitos ojos de los romanos, el centurión aprovechó que estaba a unos treinta metros de distancia y con la fuerza de su musculoso brazo, lanzó el pilum que fue a clavarse en el corazón del joven avellano reduciéndolo a la inmovilidad eterna tras haber dejado escapar un lastimero quejido. Antes que el centurión celebrara su triunfo con una risotada, se escuchó nuevamente silbar al viento y cabalgando en éste, llegó hasta sus oídos el espeluznante rumor de maldiciones mientras la maleza que circundaba el campamento parecía cobrar vida y avanzaba a toda velocidad hacia ellos.
–¡Rebeldes a la vista! –gritó Asprenas cortado a la mitad de su risa, maravillado por las argucias de los britanos para fastidiarles la vida.
Mientras la primera cohorte se preparaba para defender su posición, el centurión pensó que iba a ser una noche muy larga, pero antes que bajara de la empalizada para ir a ocupar su puesto, un movimiento más allá de la línea formada por las espectrales figuras –que ahora ya sabía pertenecían a los druidas– llamó su atención.
Asprenas tendió la vista más lejos y vio que había aparecido un carro en una colina cercana, y como si fuera un portento del futuro, de pronto las nubes se abrieron y surgieron la luna y su corte de estrellas. El viento se levantó más fuertemente que antes y sus ráfagas agitaron la capa y los largos cabellos del único ocupante de la carroza celta.
Bajo la luz plateada de la luna, Asprenas pudo distinguir la silueta de una joven mujer que vestida como un guerrero de la alta nobleza britana, contemplaba pensativa el avance de sus fuerzas, y cuando éstas estuvieron en posición para lanzar su ataque, la mujer de cabellos dorados azuzó sus bestias para que se lanzaran a la carrera y bajaran como una tormenta la colina y así poder ocupar la primera línea de batalla, y liderar a su ejército a la victoria, blandiendo amenazadoramente una espada como un espíritu vengativo. A menos de cien metros de distancia, la vista de águila de Asprenas pudo distinguir con claridad los bellos rasgos de la joven mujer y palideció por un momento, creyendo que, efectivamente, había llegado la noche de Samhain a esa misteriosa tierra y los espíritus de los muertos ya vagaban libremente entre los mortales, porque la reina Verica, hija de rey Bericus y esposa del gran Togodumnus, el difunto rey de Britannia, había vuelto a la vida en esa noche llena de magia y misterio.
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